viernes, 18 de enero de 2008

El comedor


Aún me acuerdo de aquellos hermosos tiempos, unos tiempos suaves y apacibles sin duda...
Cada mañana era un nuevo comienzo. Cuando ella me despertaba cada dia a las 8 de la mañana para que me vistiera con mi polo blanquísimo e inmaculado que ella lavaba a mano con su pastilla de jabón de coco y mi falda marrón a cuadros, para que me peinara y me hiciera mis dos coletas y desayunara para ir al colegio. Que tiempos aquellos cuando yo y mis hermanos viviamos con nuestros padres en nuestra pequeña y acojedora casa... En canbio ahora todo ha canbiado. Cuando nos marchamos de casa mis hermanos y yo para vivir nuestras propias vidas, cuando nuestro padre murió a los 64 por un paro cardíaco dejando a mamá completamente sola. Ella ya tiene 76 años y todavía se pone contenta cuando alguno de nosotros va a su casa a visitarla, pero la casa ya no es como nosotros la habíamos tenido de jóvenes. La última vez que yo entré en ella lo primero que ví fué un gato negro y peludo que me miraba con sus ojos de vidrio, verdes y brillantes con un cascabel atado al cuello de una cinta roja. Mamá lo había adoptado para que le hiciera compañia en su eterna soledad. Entonces entré en la parte que siempre me ha gustado más de mi casa: El comedor. Lo primero que ví al entrar en él fue la mesa, pequeña y cuadrada, con un tapete blanco y rosa con flores estampadas. En la mesa había una silla de madera. En el suelo, una gran alfombra roja con un montón de flores estampadas así como de la edad moderna. En la pared azul había muchos platos de porcelana de esos que se cuelgan en la pared. Algunos ya los tenía cuando era pequeña, otros me resultaban nuevos. En el grupo de los que ya conocía habían algunos que me gustaban más que otros, como es lógico, como uno que mi madre se había comprado en Andalucia, lugar donde hizo su luna de miel, otro que se lo había regalado su madre, es decir mi abuela... Pero de todos el que más me gustaba era uno que se compró para commemorar mi nacimiento. En el techo había colgada una lámpara de cristal muy antigua, y en la iluminada ventana de blancas cortinas de seda había un jarrón con narcisos. Entonces dirigí mi vista al sofá, donde mi madre estaba cosiendo.
- ¡Hola! Me dijo.
- ¡Hola! Le respondí yo con una sonrisa en la cara y lágrimas de compasión en los ojos.
Entendía como se sentía, había pasado mucho tiempo sola.
Sé que todas las casas antiguas son prácticamente iguales, pero la casa de la mujer que te ha criado desde pequeña es siempre especial. Y tú, ¿cómo te sientes cuando entras en casa de tu madre? ¿Qué es lo que ves?

No hay comentarios: