martes, 17 de noviembre de 2009

Porkanana


Nada más nacer, lo primero que vi fue a mi madre. Tan solo tenía pelo encima de la cabeza, debajo de la nariz y en la barbilla. Llevaba cristales delante de sus pequeños ojos oscuros, y era gigantesca.
_ Oh! Qué guapo es!_ , dijo ella con su grave voz de tenor.
Entonces me cogió con una pata grande y llena de dedos. Yo tuve mucho miedo, especialmente cuando me acercó a su morro enorme y rosa rodeado de pelos como escarpias, e hizo un sonido ensordecedor encima de mi cabeza, que se quedó húmeda. _Te llamaremos Porkanana, que será tu comida favorita_ . Efectivamente, las porkananas, o zanahorias como vosotros las llamáis, me encantan.
Los primeros días de mi vida fueron los mejores. Conocí a una hembra que era igual que yo, solo que más grande y hembra. Ella me cuidaba y me trataba muy bien, hasta me alimentaba con una espécie de líquido muy dulce y bueno que salía de sus senos.
Me lo pasé en grande jugando con los nuevos amiguitos que iba haciendo. Todos eran como yo y lo pasábamos muy bien juntos. Pero lo peor estaba por llegar.
Ocurrió a los pocos meses de haber nacido yo; empezaron a caer bolitas blancas, gélidas y minúsculas del cielo, que siempre era azul pero ahora estaba gris. Empezó a hacer más frio que de costumbre, y yo estornudé por primera vez. Al rato, todo el suelo quedó totalmente blanco y hermoso, pero también muy frio. Demasiado frio. Helado. Yo estaba hecho un hobillo, intentando entrar en calor, cuando se me ocurrió que podría acurrucarme en uno de mis compañeros. Así los dos entraríamos en calor. Empecé a buscar a alguno, cuando me di cuenta de que no había ninguno. Estaba yo solo. Congelado. Ya creí que iba a morir. Fue entonces cuando noté que algo me cogía. Era mi madre! Había venido a por mí! Con su enorme manaza me cogió en brazos.
_Estabas aquí, Porkanana!_ me dijo. Me envolvió con una cosa muy grande, fina y calentita. Ya no tenía frio. _En Finlandia hace mucho frio en hinvierno. No deberías andar por aquí solo!_.
Me metió dentro de la casa donde se cobijaba y me desembolvió. Entonces me dió una porkanana. Mi primera porkanana. Estaba tan buena como me había imaginado, tan anaranjada y brillante...
Y esta es la história de cómo sobreviví aquel día, y de cuando me comí mi primera porkanana.

lunes, 16 de noviembre de 2009

La niña y la luna


Fueron mis góticas inclinaciones las que me impulsaron a ir aquella noche al cementerio.
Era un 1 de Noviembre por la noche, y había luna llena. Un precioso y plateado plenilunio. El cielo estaba negro como el azabache, como a mí me gustaba, y reinaba un profundo silencio.
Cuando salté la valla, me invadió una agradable sensación de bienestar y paz espiritual. Avancé. De noche, el cementerio era precioso. Yo sólo lo había visitado de día, cuando era pálido y aburrido.
Por eso, verlo tan tétrico y umbrío me hizo sentir bien.
Paseé la vista por encima de las lápidas: inscripciones borradas por el tiempo, ángeles de piedra de mirada vacía, cruces clavadas en el suelo... Y entonces la vi.
Era una chiquilla menuda, con las piernas largas y flacas,
aguantándose de puntillas con sus pies descalzos encima de una cruz de mármol. Al principio sólo era una sombra negra y pequeña, pero a medida que me fuí acercando, pude distinguirla mejor. Pálida, vestida con un antiguo andrajo blanco, con el cabello largo y plateado fluyendo en el viento, miraba la luminiscente cara de la luna llena.
Me acerqué a ella, traté de hablarle, pero no me salían las palabras. Iba tartamudeando, cuando se giró, y con su mirada azulada, me dijo: "La luna está preciosa esta noche." Ante aquella voz soñadora, yo miré el cielo. Realmente la luna era linda como una perla. La miré durante unos instantes. Cuando volví a bajar la vista miré hacia la cruz. Sonreí. Ella había desaparecido.

Apocalipsis


Tras de sí iban dejando una estela de destrucción. Pasó el primero, y la gente empezó a morir de hambre. Pasó el segundo, y todos empezaron a batallar en terribles guerras. Pasó el tercero, y la humanidad empezó a morir de todas las maneras posibles. Pasó el último, y los piadosos y bondadosos que morían empezaron a ir al cielo por la gloria del Evangelio.

Cuando los cuatro acabaron de pasar, el mundo ya se habia convertido en un infierno. Las gentes se mataban, estallaban las peores guerras que había presenciado la especie humana, era la peor decadencia de la Historia.
Apenas duró tres días y tres noches, al cuarto día se acabó el mundo. Y entonces, se abrió el cielo.